Echando la vista
atrás veo los fracasos de mi vida. No me asustan. También veo las oportunidades
perdidas, los pudo ser y no fue. Me entristecen, pero no forman parte de mi
ser. Lo único que me escuece recordar, lo que realmente duele por dentro, es
cuando debí haber hecho algo y no lo hice. Por miedo.
En su momento creí
tener una explicación completa para justificar mis acciones. Tan buena que
parecía esconder una trampa. La oportunidad me decía ven, aquí estoy, esto es
todo lo que hay sin trampa o cartón. ¿Por qué no me abres tu corazón? Busco en
mis recuerdos y lo único que encuentro es miedo. Miedo a fracasar antes de
intentar, miedo al ridículo, miedo a no estar a la altura, y sobre todo, miedo
a lo desconocido.
Llevo en el
mundo de la homeopatía casi toda mi vida. Corrección: la homeopatía lleva en mi
vida casi todo mi existencia. Tenía veintipocos años cuando me atreví a viajar
a la India para aprender y para conocerme a mí mismo. Entonces no tenía miedo,
tan sólo algo de aprensión. Cuando salí de aquel país, un universo entero había
atravesado mi cuerpo y mi alma. Era una persona diferente a la que yo mismo me
esperaba. Pero me llevé algo que no quería: el miedo.
Ante mis ojos vi
a personas desahuciadas por la medicina oficial, a quienes los médicos,
personas bien intencionadas pero humanas, habían abandonado por imposible. Vi
cómo se curaban. Los terapeutas que trabajaron a mi lado me enseñaron milagros
que, de haberme sido contados por otras personas, no hubiera podido creer. Descubrí
esperanza y felicidad en el corazón del mundo. Me ofrecieron la oportunidad
increíble de permanecer con ellos como iguales, sanando seres humanos y
aliviando sus dolores.
No lo hice. ¿Por
qué? Nuevamente, por miedo. El recuerdo de mi familia pesaba mucho, y en el
fondo no acababa de creérmelo. Había una trampa, pero estaba en mi mente, en mi
herencia, en mis propios prejuicios.
Cogí mi mochila,
más pesada ya, y continué viajando. Hice grandes amigos, algunos adversarios y
unos pocos enemigos. Estos últimos acabaron ganando la partida, y nuevamente
hice las maletas. Ahora veo que no eran tan poderosos como creía, pero ellos
contaban con mi miedo. Los cobardes siempre cuentan con el miedo de los demás.
Finalmente, me
afinqué en esta mi casa e hice muchos proyectos. Acabé en manos de gente sin
escrúpulos, personas de sonrisa amable y traje impecable que escondían la
negrura de su alma. Aún sigo en sus garras. Puedo quedarme con ellos y
prosperar a condición de ser bueno y hacer lo que me digan que haga.
Pero ahora ha
cambiado algo. Ya no tengo miedo. Ha sido sencillo: me limito a no preocuparme
por lo que pueda venir. Las sombras del futuro son sólo eso, sombras, fugaces
penumbras que desaparecen cuando las iluminas.
A finales del
año pasado me encontré con mi camino. Tuve un accidente. No corrí peligro, pero
la quietud de la convalecencia me dio mucho, mucho tiempo para reflexionar.
¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos impulsa a correr hacia el metro,
hacia la oficina, hacia el parque donde hacemos algo de running? (creo que
ahora se llama así). ¿Qué fuerza nos hace vivir en una vida en la que no
encajamos, a la espera de tiempos mejores? Corremos durante unos minutos y nos
sentimos libres. No lo somos.
Ahora estoy
perfilando mi libertad. En unos meses, puede que tan sólo en unas semanas, este
que os escribe dirá adiós a un trabajo frustrante y a una vida gris. Volveré a
la senda que inicié hace años, cuando cogí mi vida y mi mochila para buscarme a
mí mismo. Ya iba siendo hora.
¿Queréis saber
qué será de mi vida? Ni yo mismo lo sé, pero ya tengo los nuevos planos de mi
vida. Tiene que ver con homeopatía, con relajación de cuerpo y alma, con vivir
una vida en lugar de dejar que ella te viva a tí. Tan sólo se precisa dejar de
tener miedo.
No es fácil,
pero yo lo he conseguido.
Ya no tengo
miedo.
Yo, Pablo Manuel
Dietersohn Luque, he dejado de tener miedo.
Y pronto seré
libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario